martes, 13 de noviembre de 2018

PIEDRAS III






















Empedrado


                       en esa orilla el silencio
                                  te abarranca

                                  Martín Pucheta 



Antes que las cosas pierdan su eje
hay que dejarse ir,
no hacer pie.
Frente a lo imposible
hoy el río me devuelve un espejo, 
sólo deforma.

Cuando volvimos temprano 
del paseo familiar, 
lo que debió ser dicha
quedó en silencio.
Mi ingenuidad quebró los rostros
con una pregunta.
Insistía,
la soltaba.

Mi primo no regresó con nosotros.
Yo no vi sus brazadas en el agua
no escuché los gritos.
Estaba dormida
junto al balde, la pala
y el castillo de arena.
El final del barullo
cerró también
mi sueño. 
No recuerdo una resonancia
vuelta tan densa.

Antes de subir al coche
recogí una piedra
que me había encantado.
La escondí entre el pecho
y mi mallita rosa.
Ese amuleto tenía un filo
que no supe advertir
hasta el corte.
Dejó una muesca en mi carne,
la acaricio. 

Este cauce
abrió una herida 
sin cuerpo.
Abarrancarse 
es un miedo que se propaga.


Marina Coronel, inédito, noviembre de 2018.








Piedras

Piedras de la orilla del lago
pequeñas redondeadas
de colores intensos prestados por la lluvia
gajos de rocas partidas por el frío
la nieve el viento
o un lejano tiempo de volcanes

las atesoro como entes viejísimos
que podrían contarme cierta historia
han sido montaña

el modo más simple de justificar la posesión
es decir que me atraen las formas
mas no hay cualidad más incierta

podría hablar de tonalidades
pero es la humedad
la del milagro

estas son piedras sencillas
nunca formarán parte de un túmulo
o serán colocadas en la boca de un muerto
a fin de preservar el cuerpo
ni trituradas para pintar en cuevas
y aleros de montañas

no sé nada de artes primarias
pero algo me liga a los guijarros

lo vivo
lo aparentemente inanimado
unidos por un hilo

bajo el cielo de plomo
la bruma es un incendio azul sobre el agua

del mismo material vaporoso
son las hebras del hilo
la saciedad indefinible
que trasvasan

siento el peso de las piedras
trozos de eternidad en las manos
lisura imperfecta textura granulosa
no hay eternidad uniforme
hay las vetas
el moteado de los distintos materiales
y una relación dispar entre nosotras
su mera existencia proclama
mi extrema finitud

qué puedo darles
más que dilación a su destino de arena
algo tan lejano en el tiempo
que el acto de llevarlas carece de importancia


Mónica Ortelli, Escribir sobre flamencos, HD Ediciones / Vacasagrada Ediciones, 2017.








Y si no es una piedra preciosa…

Y si no es una piedra preciosa
sino simple arenilla
guardada a un costado
del tintero. Y si no es arenilla
ni zafiro eso que sale de mí, con pinzas,
como quien quita una piedra, airecito,
puro airecito guardado
para no respirar,
sangre y arena
en mi centro exacto,
late, molesta,
astilla de qué,
más tangible que lo que no se olvida
o se tiene.
Y si es dicha lo que he guardado,
el aire que no pudo salir
duele
en el sitio
del esternón, si es dicha pura
encerrada
oh pedazo de mí, oh mitad apartada de mí,
si es eso lo que se quita, por fin
para que ría,
qué alivio tendrá la dicha afuera,
qué fácil oler los tilos,
descostillarse, dejar
secar la tinta.


Lo resaltado pertenece a Chico Buarque de Holanda.

Irene Gruss, La dicha, Bajo la luna, 2004.







Piedras


Cuarenta grados a la sombra.
La pileta es un hormiguero
nos apiñamos en el agua
no importa si no podemos nadar.
Nadie toma sol.
Estamos aletargados, sumisos
en la humedad compartida.
De golpe el cielo se pone negro
suena fuerte el silbato del bañero
pide que salgamos.
Nos manda a las casas sin demora.
Si empiezan los rayos es peligroso.
Apuramos el regreso a través de la montaña.
Un viento inesperado arma nubes de greda
pequeños remolinos nos envuelven
entrecerramos los ojos.
Las primeras gotas levantan un humito
en la tierra agrietada.
Los truenos retumban
todo tirita alrededor.
Vamos juntas, sin hablar, con miedo.
Las ojotas se traban en el pedregullo
las toallas nos tapan pero no alcanza
bajamos la última barranca casi corriendo.
Llegamos a la ruta y estalla
un ruido de espejos rotos.
Piedras de hielo
grandes como nueces
se estrellan contra el pavimento.
Hojas, ramas, frutos caen.
Las piedras nos golpean
duelen en la cabeza
los brazos, los pies.
La abuela salió a la calle
sonríe al vernos
entramos bajo su brazo.
Nos quedamos a resguardo
en la galería techada.
El suelo está lleno de huevos de hielo
temblamos un poco
la temperatura bajó bastante.
Pienso en los pájaros
me siento como un gorrión desorientado
que logró volver al nido
pero no lo reconoce.
Las plantas no pueden escapar
sufren calladas.
Veo los rosales desgajados.
El alelí quebrado.
La rosa roja que se abrió a la mañana
está desperdigada en la tierra
los pétalos separados y partidos
desangrados sobre el cantero.
Todo se detiene de pronto
y como si nada hubiera sucedido
las nubes se abren en una grieta celeste.
El sol del atardecer ilumina
los espinillos húmedos.
Entramos a merendar.
Desde el ventanal veo cómo las piedras
se deshacen sobre el pasto del fondo
igual que un hechizo
que pierde su fuerza poco a poco.
Más tarde recorro la huerta
una batalla desigual atravesó el terreno.
La casa está intacta
refrescó y ya no llueve.



Silvia Sandín Rosón (CABA), El regreso, El ojo del mármol, 2016.








Duda

de dejar esta piedra en la orilla o llevarla conmigo.
Una lengua de luz la dora, otra hace brillar la mica.
El agua devora los contornos.

¿Puede la mano alzar de su cuna milenaria
un pequeño gajo desprendido del continente?

Duda de alterar el destino del mundo, el curso
universal de las cosas perfectas. Sin embargo
tanto la deseo: nuevas e invisibles membranas
nacen en el cuerpo.

El aura en ascuas inquieta todo.
Vocación de atesorar lo ajeno, de no permanecer
indiferente. Creer que por llevarla la poseo; no
conformarse, en fin, con el recuerdo.

Alicia Salinas, Gallina ciega, Ciudad Gótica, 2009.







Hadas

La piedra perforada por las aguas del río,
¿permite divisar algo más
que lenta erosión y ausencia paulatina
de bordes? Cernimos prímulas
–las primeras en florecer–,
porque harían visible lo invisible.
Luego encontré esa piedra
perforada
por las aguas de un río.

Alicia Silva Rey, tomado de Una de poetas.







Eso que ves ahí
ovalada, imperfecta
sucia
es la mancha
que fueron dejando
los días.
Sucede por acumulación:
cuando la materia
no encuentra lugar
se deposita sobre sí
capa sobre capa
se tapa
a sí misma
¿Se va tachando?
¿A fuerza de negación
se acrecienta
la oscuridad?
¿No nacieron así
la piedra y la montaña
por repetición
de lo mismo?
Y si la piedra
pesara demasiado
ya no podría
moverse.
Aplastaría las raíces.
Correrían riesgo
las flores.
¿Quedaría allí
algo más que el recuerdo
de lo que quiso crecer
sin saber
cómo?

Bárbara Alí, La mancha de los días, Qué diría Victor Hugo?, 2016. 







piedras del río azul

tomá
te traje estas piedras 
que recogí a orillas del río azul
algunas
estaban bajo el agua y brillaban más

toda piedra bajo el agua brilla más

ahora   sobre   esta   mesa   no   parecen   tan   bonitas 
es verdad
pero aún guardan la memoria del agua
el rumor del río arrastrando piedras en su lecho

el agua que ahora corre en ese río no es el agua
que mojaba las piedras de esta mesa

con estas piedras del azul 
te regalo la imagen de unas manos bajo el agua
mis dedos fríos desdibujándose en la corriente 
mientras la sombra de la montaña crecía sobre el río

los árboles gigantes 
el agua azul 
el hombre ese que juntaba piedras en la orilla

todo lo que ves caía adentro
del gran río de las sombras

(el viento soplaba su aria sobre 
los pinos más altos)

tomá
te traje estas piedras mojadas de agua y sombra

ya sé que ahora no brillan tanto 
tampoco la memoria es tan nítida

habrá detalles 
                       que se escapan 

                                                como el río


Jorge Spíndola, Perro lamiendo luna y otros poemas. Antología personal, Ediciones del Jinete Insomne, 2013.








lunes, 12 de noviembre de 2018

EL BOSQUE




















Pienso que de haber dios
elegiría el bosque como su catedral

el bosque 
y en la noche
su volumen sellado, el gran follaje
el peso de los animales

un pájaro asustado elegiría
para dar testimonio.

Raquel Jaduszliwer, En el bosque, Modesto Rimba, 2018.







Los caminos del bosque

Todos nosotros conocemos
un camino como este en el bosque.
En la tierra húmeda, las flores.
En la senda, los pies que esperan
revelaciones de la senda.
Zumba insidioso el tábano,
crujen las hojas bajo el viento y la liebre
y este camino es todos los caminos.
El amante y el héroe
duermen a su costado,
la hechicera lo cubre de prodigios,
los turistas registran cada fibra de hierba,
cada lagarto al sol como un milagro
preso en la remota geografía del sueño.
Tantas veces recorrimos paisajes similares.
La vista no deja de tropezarse con los astros
nunca.
Los astros no dejan de parecerse al deseo
nunca.
Por los ríos de sangre y en la sangre del río
corre la savia de una hoja naciente
en la guirnalda de los universos.
Para los dioses esta es la eterna primavera
y el absoluto invierno,
pero aquí, entre los hombres,
en los tristes y extraordinarios parajes de los hombres,
en las inocentes y estúpidas escenas de los hombres,
no hay danza que no obtenga su corona en el silencio.
Tan aterrador es el silencio,
tan resplandeciente,
tan sacro. En verdad el camino es silencioso.
A su sombra desfilan la rata y la serpiente,
la princesa, el bandido, el comerciante,
hasta perderse en la espesura
bajo el nombre de rocas, pájaros, maleza.
Así atraviesa el bosque
el corazón del bosque y se contempla.

Rita Gonzalez Hesaynes, En la gran existencia, Añosluz, 2017.








Juego en el Bosque

Espero en cuclillas
— la salida al corazón del Lobo.
Mis compañeras todas
me abandonaron ya.

Tiempo atrás — acostumbrábamos
imaginarlo desnudo
su cuerpo pequeño de perro
salvaje y gris — el músculo fuerte
se movería en círculos
seguro
a nuestro alrededor. Él mismo
haría la ronda. Para ostentar así  
su mandíbula monstruosa — imposible evitar
la radiante fantasía
de montárselo a pelo —
el cuerpo hirsuto y la boca
babea amenazante — la carne toda entera.

Pero éramos nosotras
criaturitas —
impedidas por completo a semejante
fantasía.

Así que cada tanto — preguntábamos al Lobo
si estaba terminando  
de vestirse
de hacerse a la costumbre de los hombres del pueblo:
ellos sí
habían aprendido — a tapar su santidad
bajo las telas.

El Lobo — asomando a la espesura
el ojo apenas
afilado — respondía vagamente
hasta asustarnos — cuánto más grande era
su domesticidad
— mayor era el peligro
amenazante.

Jugábamos así. En el bosque yo
y mis compañeras.

¿Pero cuál — entre todas estaba
dispuesta a esperar
— realmente
por el proceso del Lobo? — ¿Cuál
de todas por fin
arriesgaría completa — la primera juventud
mano a mano en una apuesta
— contra lo espeso del bosque?

Lentamente todas ellas
partieron — a la cruel civilidad
del Pueblo. La piel les maduró
sobre costado del ojo. Yo

no tengo espejo aquí. Vivo debajo
de los árboles y soy
como un pájaro durmiendo entre sus plumas —
no tengo frío — y espero
el día en que un Lobo me devore
completamente
— desnudo.


Cecilia Perna, Otra víspera, Buenos Aires Poetry, 2016.








Esta vez, voy a contarlo así

mi padre me abandonó en brazos de una estatua
del bosque surgían máscaras y lobos
la poesía fue otra soledad.


Alejandro Schmidt, La impropiedad, Pan Comido/Gráfica 29 de Mayo, 2013.








Gustav Mahler



                                                A Gustavo Fasseti
                                                    -in memoriam-



Cerró los ojos, halló el bosque
la luz en un abanico,
sombras bajo la hostilidad de los pinos
pinchando cuervos en el eco del cielo


Transmutando riguroso,
dolor por belleza,
infatigable, perenne, alquimista


Beethoven asedia en cada nota,
corpulento, terrenal, sagrado,
ese mortal intento de igualarlo


El rigor no sabe de límites
del alba camina hacia el ocaso
forjando diamantes musicales
de los agujeros negros


Notas de piedras luminosas
nervios desnudos en la caída
del roce de los extremos nace el fuego


El galope del caballo,
galope cortante,
sequedad de los cascos


Carrozas y pavana para la infanta


Buscar la perfección es ensordecer,
al mundo y su pedido incesante
al pan y el vino en las naturalezas muertas,
a la banalidad que urde la rueca del vivir


El silencio bordado en briznas,
venenosos hongos apetecibles
vigilando el bosque,
el fuego de la ausencia


Mahler resiste,


El oído escucha su perfección en la música
la materia no es más que peligro,
el exceso de un cuerpo deslindándose de lo mortal,


Alma la ausencia
Alma el reclamo


Irse de la vida y ser
en esas ínfimas partículas elementales,


¿rerum natura?


El universo es música,
ahí el vacío,
una Apolínea forma indestructible de armonías,

Asir la nota
dios fue posible en la constancia,
el arrebato nada sabe del sosiego,


La música es como el amor,
soberana, enceguecedora,
es la inalcanzable promesa,
la eternidad delante de los ojos,
los sonidos en los huesos,
en la nieve,
en la huella,
en la piel,
en la corona que prueba en las sombras el esclavo


Tus notas vivirán junto a las de Beethoven
en un piano cualquiera
y una noche te soñaré
y otras intentaré imaginarte


Pero nunca nos encontraremos
Vos y yo,
Gustav


Vivian Lofiego, Vida secreta, Huesos de Jibia, 2016.








Especies en extinción 


Abandonada la play, 
la niña se acerca,
como siempre, a desayunar:
medialunas y café

"No me gustó mucho
—declara—
la niñera de anoche.
Hablaba demasiado.

No quería dejarme
mirar videos.
Y, sin leer ningún libro,
me contó una historia.

Era muy rara,
sobre una madre, malvada,
que mandaba a su hijita,
sola, al bosque."

Socavados
los cimientos del orden,
late un músculo
en la adusta expresión del adulto.

"Papi —pregunta la niña—
¿Qué es un bosque?
¿Qué es un lobo?
¿Qué es una caperuza?
¿Qué es el rojo?"


Jennifer Strauss, Nacidos en el Sur. Selección de poemas, trad. de Gabriela Marrón, Vacasagrada ediciones, 2014. 










Fogatas para combatir el frío y la intemperie, cocinar, festejar el lugar recuperado y vuelto a poblar; fuegos que señalan dónde se ha perdido la batalla y quedan cuerpos dando coletazos como peces fuera del agua, como poemas que fueron escritos y destruidos, quemados, un día inhóspito o dichoso ¿qué sabemos? ¿Qué sabemos de esa quema, que fue copiosa y dio luz y calor suficiente hasta que se encendiera el nuevo amanecer, que en comparación se veía anémico? 
Poemas como cometas con su cabellera desplegada aun si su núcleo está extinto, porque así son los poemas, que rasgan el cielo y las vidas en dos. Luces sin sombra en la tierra. Un esqueleto expuesto a los elementos. Océano sólido. Sin brillo. La veta mineral y adentro la gema suculenta y virgen, sin tasar, guardada en su capuchón de berilo y cromo por miles y miles de años, como la nuez antes de nacer, la que no es para comer. En carne viva, en silencio. 
En el más absoluto silencio, poemas: los peligros del bosque. Y lianas, donde no hay palabras, como fogatas, fuegos. Como la rosa de los vientos fraguada en plata con forma de Cruz del Sur, llamada de Agadez, que los padres tuareg dan a sus hijos “porque no se sabe adonde iremos a morir”, antes de salir al desierto a seguir las rutas como los perros el rastro, a lomo de camello. Porque el fuego devora la vida del aire y el aire vive del cuerpo vivo que lo devora. 
Lianas porque no hay palabras porque hay poemas.


Bárbara Belloc, Canódromo, Zindo & Gafuri, 2015.








En el Bosque Aguanegra


Mirá, los árboles
están convirtiendo
sus propios cuerpos
en pilares

de luz,
están emitiendo la abundante
fragancia de canela
y satisfacción,

los largos estambres
de las totoras
revientan y se van flotando sobre
los hombros azules

de los lagos,
y cada lago,
sin importar cuál sea
su nombre, es

innombrable ahora.
Cada año,
cada cosa
que aprendí

en mi vida
me retrotrae a esto: los fuegos
y el negro río de la pérdida
cuya otra orilla

es la salvación,
cuyo sentido
ninguno de nosotros jamás sabrá.
Para vivir en este mundo

debés ser capaz
de hacer tres cosas:
amar lo que es mortal;
aferrarte a él

con tus huesos sabiendo
que tu propia vida depende de ello;
y, cuando el tiempo llegue de soltarlo,
soltarlo.


Mary Oliver, traducción de Tom Maver.

















sábado, 10 de noviembre de 2018

NADADORAS




                                                              


















Estilos

1
En la pileta, el agua
es permanente, desliga
las cosas de su aparente
consistencia. El cuerpo,
a flote, es pura ciencia
impredecible de la mente:
una vez me deslizo, otra vez
me debato y más tarde
compruebo: cuánta espuma
en movimiento innecesario.


2
Sumergida, soy la tierra.
El cuello, como vástago
incipiente, tiende hacia
la luz su ojo incierto.
Cabeza de ahogada
antes de dar con la forma
del aire en el agua.


3
La otra es joven y ligera.
Yo caigo a la piscina
con la pesadez de una certeza:
a su lado soy más vieja.
Turbulencias en el agua
al dar brazadas
como quien quiere aferrarse
de una idea renacentista:
llegar al fondo y salir
con el agua barrenando.
La otra, ligera, me inspira.


Liliana García Carril, La mujer de al lado, Bajo la luna, 2004.









                                           A María Inés Mato



Camina por el borde
contempla
el impecable espejo


Dice la nadadora:
no hay 
como sumergir el cuerpo
en la superficie azul


En un punto preciso
se detiene y calcula la distancia


respira profundo


alza los brazos


Es corto el movimiento
las piernas se flexionan
y empujan el cemento


el resto cae al agua
por su propio peso


Marta Miranda, La nadadora, Bajo la luna, 2008.







Parecía insostenible tanta natación
las cabezas de silicona
los brazos sincronizados la respiración justa
el cloro hiere
parecía especial que nadara preciso
alguien dijo lo que importaba
no tenía que hundirme pero me hundí
una pulserita perdida
siempre me gustaron las misiones imposibles
alguien
un superior me dijo que me retirara
me fui chorreando agua a buscar mi toalla
la que tenía mi nombre en una tirita blanca
pero agarré la de otro y caminé hasta el vestuario
con los ojos rojos la piel levemente arrugada
no quise saber qué nombre tenía impreso la tirita blanca
qué identidad qué paradero qué trauma me envolvía
verde suave con ese perfume a limpio
no quise saber a quién le había dejado
mi toalla azul
mi discusión con llanto de esta mañana.


Clara Muschietti, Karateka, El fin de la noche, 2009.










Natación

Anoche soñé
que nadaba con mi padre
en una pileta olímpica

Lo veía bracear
de remo brazos que tenía.
Lo veía patalear
con sus paletas de fierro.
Nadaba a su lado 
como si aprendiera de él 
la respiración acompasada,
la salpicadura
la fuerza.
(crol combinado con técnica área para mantener la flotabilidad)
(crol combinado con técnica subacuática para sostener el empuje)

Para mí, era johnny weissmuller,
el buen salvaje
campeón de natación.

Anoche soñé 
que luego de andar dos largos junto a él
mi padre moría.
Dos piscinas en apnea,
su cuerpo pesado hundiéndose como un plomo.

Yo lo arrancaba del agua
lo masajeaba con fuerza
y lo arropaba
con mi abrazo de mineral y frío.

Luego, caí al agua
a nadar sola.

¿Cuántas veces tienen que morir
nuestros héroes
para entender  
que ya no nadan/
no dan más?


Marisa Do Brito Barrote, 2010, de su blog.








María Inés Mato nadó las aguas
más frías del planeta;
cruzó el Beagle, el canal de la Mancha,
un estrecho impensable del mar Báltico.
Sin trofeos, ni estadios
sus travesías parecieron inventadas.
Bordeó el glaciar en paralelo,
en círculo la isla de Manhattan;


aguas que expulsan con su mezcla ácida,
raras aguas que entregan
su cauce de vértigo.
María Inés Mato eligió en lo abierto
mareas de montaña
y volcanes helados,
oleaje turbio del mundo sensible
cenizas, peces, barro.


¿Quién acepta una nadadora sin pie
o ese imposible desequilibrio?
Con una pierna menos y sin prótesis
entrenó como una disidente;
en el verso libre encontró ritmos,
palabras que sostuvieran el calor;
en la falta de gravedad del agua
se llenó de voces;
nadar es hablar con la respiración.


Al mar del sur le habló con la memoria
de las mujeres yámanas,
a bordo de sí, con la corriente
del cuerpo hizo canoa
para llevar el fuego a la otra orilla.
María Inés Mato unió el estrecho
que separa Malvinas. Brazada tras
brazada, de la guerra abre olvidos;
una huella de espuma, un puente blanco,
un rastro en el agua de los vencidos.


¿Quién acepta una nadadora sin pie
que explora las bajas temperaturas,
sin rayas marcadas ni andarivel,
en las olas de su propia ruptura?
Con aire, un mar en contra se horada.
Del agua helada dijo duele muchísimo
pero es una frontera,
un cruce, solo eso.


Sin traje de neoprene
se zambulló en los hielos antárticos,
la gorra de goma de los nadadores
emergió inédita entre los témpanos;
un video muestra el barco guía
y su continuo braceo
bajo el ancho vaivén de una gaviota.
Coordenadas desiertas
que borran cualquier marca.


Proezas hacia adentro
probadas con el pulso.
Si cada persona es su propio mapa,
el suyo traza líneas,
casi imaginarias.
María Inés Mato buscó aguas frías
mares renuentes a la aceptación,
nieve hendida del planeta  ¿o qué
callados, secretos límites cruzó?


Alicia Genovese, Aguas, Ediciones del Dock, 2013.








1
No busques hacer pie,
ahora es otro el arte:
sostenerse y avanzar, así es
ser nadador.


2
No te anticipes,
el sol sigue en la punta
se derrama alrededor.
Quedate ahí, cuerpo
en movimiento.



4
Lo que se deja atrás, lo que aún
no llega, no importa
es otro el tiempo, un estilo que fuerza
la mirada al costado: respirás. 



12
Y claramente, ¿ves?
cielo, agua, la curva
de una brazada.
Ni esa primera nube
ni esa línea partida: un relámpago.


Silvina López Medin, 62 brazadas, Zindo & Gafuri, 2015.









Estuario


Si fuera nadadora desesperada
me lanzaría al agua una noche sin viento
la pleamar golpeando los pontones del muelle
nadaría hacia el canal principal
hasta sentir la profundidad máxima
la succión de la bajante


ahí
me dejaría flotar
los ojos libres de sal para mirar
doblemente mirar
los trazos luminosos
            de la costa en la planicie oscura del agua
                    el balanceo de los puertos
                          el falso perfil de la ciudad detrás


del polo me gustaría la arquitectura de luces
su contorno de animal agazapado
bufando
la ponzoña guardada para la ocasión temida
que no será esa noche
arreciaría el fragor sibilante de tuberías
la unísona respiración de parque temático
canto de chicharra en decibeles que nadie mide
de este lado
dragones escupiendo el fuego
                                        un vapor impuro


al cielo estrellado

en el agua después
nada
solo yo
–mi propia nave frágil–
y la noche sin barcos

la ría solitaria
en la bajante

yo
sin calcular velocidades
ni distancias en millas náuticas
sin guiarme por las estrellas
en las brazadas
o la deriva

qué sentido tendría
la meta nunca es el mar
sino mantener el cuerpo
territorio de pertenencia
en esta orografía anegadiza
de bancos e islas desiertas
y canales desconocidos

en este flujo que entra y sale
sale y entra rítmicamente
en cada depresión hueco
resquicio del cuerpo

suave y pujante
furiosamente pujante
a veces
nadadora desesperada dije
sin ancla ni piedras en los bolsillos

¿qué es este lugar que del mar solo tiene el agua?

la noche se iría en cada brazada
en cada marisma que vuelve a respirar
en el barro cenagoso que succiona
la espuma amarillenta de los cangrejales

nadadora que no busca el mar
apenas un recorrido bautismal
de animal inadaptado


Mónica Ortelli, Escribir sobre flamencos, HD / Vacasagrada, 2017.