domingo, 1 de octubre de 2017

FLORES



Fotografía de Mercedes Araujo.



































I

A Juan Gelman

Al rojo vivo, como el clavel prendido del ladrillo,
la poca pretensión de sus raíces en el viento,
brotes tiernos del cielo la tardecita de los sábados
asidos a un murmullo de luz dicho al oído:
ajenas no le son las finas hebras del aire al aire,
esa música lejana, así era ella, de sí misma tan ausente,
igual que una flor tardía entre las hojas
del libro en que descifro el nombre de tu nombre. 


Alberto Szpunberg, Como clavel del aire, en Como sólo la muerte es pasajera, Entropía, 2013.









El aguaribay florecido

Muchachas de ojos de flores y de labios de flores.
En la sombra exhalada—¿de qué su dulce hálito?—
los vestidos ligeros, muy ligeros, con pintas.

Arde de abejas el aguaribay, arde.

Ríen los ojos, los labios, hacia las islas azules
a través de la cortina
de los racimos
pálidos.

Ríen los ojos, los labios. ¿Veis las muchachas o es
la tenue sombra ebria
y bordoneada
que se alucina de muselinas claras
y de otras flores vivas—extrañas flores vivas—
riendo, riendo, riendo hacia las islas?

Muchachas de ojos de flores y de labios de flores.

Arde de abejas el aguaribay, arde.



Juan L. Ortiz, La mano infinita, 1951.









Cuando mi padre comía flores

La visita del alma fue entre dos pinos,
rendidos de tormentas y calandrias...
Yo supe colgar allí un pizarrón
donde escribía haikus al modo de Matsuo Basho
pero el rocío de las noches insistía en desteñirlos
o corregirlos, que es casi lo mismo,
y la noche en que madre olvidó descolgar el pizarrón
llovió más que nunca esa noche;
el mejor de los versos se perdió entre las agujas de los árboles
y a la mañana padre miraba con sonrisa en sus ojos
y le daba al martillo enderazando fierros
que después serían antenas de TV o cabreadas.
Pero eso fue antes de que empezara a comer flores.
Para cuando empezó a comer flores
elegía la más sabrosa de los gladiolos,
y como quien no quiere al pasar robaba un pétalo;
las rosas, decía, son todo un bocatto di cardinale,
aunque las preferidas eran las más humildes,
el jazmín del cielo, la flor del trébol.
Eso fue antes del cáncer y los intestinos revueltos
cuando se complacía en cambiar,
desterrar o regalar los mejores helechos
creando odios interminables entre suegras y nueras
a causa de un culantrillo y algunas margaritas
comidas como lechuga en ensalada.
Ahora me visita, con una blusa azul de ferroviario del ’50,
con su gastado pantalón de sarga y una varita de hinojo en la mano.
Se sienta en el viejo banco bajo los pinos,
se rasca la cabeza y me pregunta qué,
el Chicho me pregunta con el gesto qué hice con la vida:
no la dejes a tu madre, me dice,
acordate de cambiarle el aceite a la cupé.
Distraídamente deja caer una mano de costado
arranca una florcita blanca y la mira atento,
estudia la corola cuatro pétalos el estambre rubio,
y la lleva a su boca, la mastica despacito.
En sus ojos pasan las nubes que pasan,
brillan como relojes andando para atrás.
El alma de mi padre sonríe por algo que no entiendo.
Todavía no entiendo. Sólo lo veo a él,
comiendo flores como en sus mejores días.


Juan Meneguín, Cuando mi padre comía flores y otros poemas, Ediciones Río de los Pájaros, 2012. Vía Julieta Lopérgolo.









La rosa que digo es la rosa que callo

¿quiero decir la vida
cuando digo con mi aliento
el aliento de las cosas?

¿el mundo que nombro es todo cosa
y es su temblor de no ser en los charcos
y es
también
la rosa?

¿esa rosa digo?

¿que se ha vestido en el éxtasis?
¿que se une y se desmiembra para el goce total de la muerte
con las lenguas del sol rozándole
con las manos del aire esparciendo sus pétalos
con el zumbido de los insectos que muerden
su tallo?

¿por qué rosa
esta rosa que es mundo?

¿por qué orgiástica?

¿porque se da a la lluvia
y al aire
y más y más se abre
como un infinito ávido de sí?

¿porque se desflora de sí misma
y se hace otra
y nunca cambia?

¿porque es la pena y sus patas quebradas
porque es la alegría y su boca cantarina?

pero qué rosa digo
¿ésta que callo?

no esa hecha de sépalos
y de estambres y pistilos

ni de la rosa es la rosa
ni el escaramujo
no la floribunda
no la eglanteria
ni la damascena en flor

¿o hablo de esa rosa y confundo
su carne
asediada
con la mía?

¿digo la rosa total
de lo que en sí existe
y se sabe y no?

¿todos los ruidos donde la vida se es
un colmenar junto con el oso
y su pelambre enmielada y su garra
y su hocico              
llenos de miel y de abejas muertas?

¿y las vidas humanas que nunca untarán una tostada?

¿sí?
¿esa rosa digo?

¿quiero decir la vida
en toda cosa?

¿esa flor
inhumana?

¿cada latido
cada vibración
una infinita melodía que canto
que cantamos
y nos dice
y se dice?



¿la rosa que digo es la que callo en esa orgía de existir y ser una sola?


Jotaele Andrade, La rosa orgiástica, Añosluz, 2016.








9

Apenas vino el primer calor, los frutales
antes secos, se rodearon de un halo
verde que ahora es flor
blanca. Sin  preguntas
y cuando corresponde, cada árbol
hace lo que mejor sabe.


Macky Corbalán, El acuerdo, La mondonga dark, 2012.







anunciación

clase práctica de botánica
la ramita que crece en la lata de tomate
especies autóctonas

en realidad son cuatro latas con sus cuatro
germinaciones

todas de hojas bipinadas
folíolos múltiples
seis a veintiocho centímetros
desplegadas de día
por la noche cerradas como párpados

follaje azulino
barba de chivo
maldiojo



el ejemplar originario está en una vereda
abandonado
entre arbustos siempreverdes
tamariscos

hay que buscarlo
con el delicado
tacto
del ojo

yo misma voy contando los pasos
hasta verlo aparecer
tras de la loma

su floración de reina



primera vez de una flor
no la olvido:

agrupadas en racimos piramidales
amarillas limón
cinco sépalos alrededor del cáliz
cinco pétalos libres
diez estambres declinados
larguísimos                                                                     
rojos
          rojo rojo

y la gota de polen



novia nocturna de la polilla esfinge
a plena luz del día
del abejorro



¿qué flor es esa? –decía



al amanecer

          hora en que las cosas del mundo
          se alumbran de una en una
          como lámparas
          resplandecen
          de una en una
          como milagros

volví a visitarla



la conversación asimétrica
entre mi clasificación
de linneo
y su boca
llamadora de pájaros



es difícil conseguirla en viveros
una belleza demasiado natural
resistente a las sequías
los suelos pobres



la chica del jardín pillahuinco
me dijo
cómo hacerlo



hace dos navidades dejé bolsitas
de tul verde
alrededor de los frutos

pequeñas redes para atrapar semillas

el momento exacto en que la chaucha se abre
suelta su dádiva:

moneditas livianas
brillantes como caramelos mediahora
nueve o diez milímetros



pasaba algunos días a mirarlo
el tul como un adorno

tal vez
alguien pensó en la costumbre
del árbol de diciembre



la espera era la misma
cuando no estaba allí presente

          todo queda temblando
          a punto de caer
          de deshacerse

el árbol con los tules
haciendo sus semillas                  
y mi pequeña trampa

identificar
poner un orden
cerrar la mano



los últimos días de enero
juntamos las bolsitas

estallaban
las chauchas doradas
con ruido de maderas
saltaban en el aire
las semillas
brasas

(no lo invento yo
sucedía)



daban ganas de llevarlas a la boca

el secreto de la flor extraña y dulce
las cintas rojas que atan el cielo
nos protegen



empezaba a llover

amarillo como las flores
un perro
bajo el agua
vigilaba mi ronda

desanudar el tul
esconder algo

era el único vecino atento
al peligro de mi mano



menos
en nuestra atención minuciosa confiamos
que en la ligera distracción de la naturaleza

puse la semilla entre algodones
la alimenté con agua limpia



del germinador a la tierra
dos cotiledones anuncian que está viva



ahora
son cuatro latas
con sus cuatro germinaciones

el follaje azul y el movimiento
de abrir y cerrar
folíolos

se fortalece el tallo alimentado
de mis amores

pero no es tiempo
todavía
de trasplantarlas
a la intensa agitación del patio



mecidas
en la vida artificial
bostezan
cubriéndose la boca



puede llevar años
la encarnación de una flor
su vestido



Laura Forchetti, Libro de horas, Bajo la luna, 2017.









Suelta
pero sucede que la flor no cae.
Un látigo unido a su tallo desprende las gotas de amor en pedazos de hielo
sobre una blanquísima nube de paso que intenta decirle que no lloverá,
que ya no hay mundo, niño (nunca dejarás de ser un niño).
Tu mano carmesí clavel descuartizado y mi manzana rubia en un finísimo 
silencio. No te muevas por favor que hay un gusano triste en tu cabello.
Me das tu mano y tu cabeza.
Envuelvo todo. Huele bien.
Hubiera sido hermoso atravesar la noche y resistir. 
Dejar los ojos hacia atrás la carne húmeda de amor y no pensar en lo que está.
Mis dedos el clavel gusano triste. 
Es el verano atado a un latigazo.
¿Qué haremos con el mundo con la carne con las flores?
Con esta flor amante de los látigos el sol del mediodía 
y de la muerte

Silvia Rodríguez Ares, inédito.








1


Seguimos en el jardín como si no hiciera frío.
Date cuenta: tenemos las manos inmóviles.
¿Cómo es posible que ningún insecto
haya devorado los pétalos rojos?
Qué les mitigó el hambre posterior a la lluvia.
Hay hombres y mujeres que siguen
de cerca a las hormigas y aun así
no pueden impedir una catástrofe.
Qué espíritu protege lo que cae.
Hace años que estamos aquí.
Hace años que estamos de rodillas
de frente a la belleza.
La rosa quebrada que miramos
no puede estar durando tanto.

Valeria Pariso, inédito.















































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