lunes, 22 de enero de 2018

PIEDRAS II



















El poema

Palabra indiferente.
Siempre la misma piedra 
que no importa.
Palabra entre las otras 
que tiene por memoria 
la señal de durar.
Piedra invariable
en tanto el que la dice 
cambia y hace 
de piedra su memoria.


Hebes Solves, Sombra ajena.









Hierba

Él dijo: “No sé, quizás”.
Yo entendí:
“Sobre esta piedra construiré”.

Ahora la losa cubre
pero no aplasta.
Y hasta florece.

Entre el granito,
una brizna de hierba.


Alicia Salinas, Tierra.






Piute Creek

Un precipicio de granito
un árbol, sería suficiente,
o incluso una roca, un pequeño arroyo,
un trozo de corteza en un estanque.
Colina tras colina, plegadas y retorcidas
robustos árboles apilados
en delgadas fracturas de la piedra
una enorme luna sobre todo, es demasiado.
La mente vaga. Un millón
de veranos, el tranquilo aire nocturno y las tibias
rocas. El cielo sobre montañas interminables.
Toda la porquería que viene con el ser humano
disminuye, la roca firme ahora tiembla,
incluso el intenso presente parece obviar
este espejismo de corazón.
Libros y palabras
como el pequeño arroyo de una alta cornisa
desapareciendo en el aire seco.

Una mente clara, atenta,
sólo tiene sentido si
lo que ve es realmente visto.
Nadie ama a la piedra, pero aquí estamos.
Los fríos de la noche. Algo que se mueve
rápido a la luz de la luna
se desliza en la sombra del Enebro:
allí atrás invisibles
orgullosos ojos fríos
de un Puma o Coyote
me observan levantarme y partir.


Gary Snyder, Riprap and Cold Mountain Poems (trad. de Juan Carlos Villavicencio).*









Las piedras que traigo de los viajes
suelen tener formas preciadas.
No cualquiera se gana un espacio en el bolso.
Con forma de corazón, con forma a nariz de chancho,
una almendra y otra con forma a piedra.
No dicen nada de donde estuve,
son una parte del cuerpo que fui
en ese lugar. 


Melisa Papillo (inédito).









las piedras tienen agua adentro, mamá,
unas pocas gotas tibias
en un hueco donde cabe
el corazón o el estómago, las cosas
respiran, los árboles están vivos
como vos y yo y las piedras.
una vez te di un beso y se hizo un agujero
en mitad de la luna, una vez besé un caracol
en una playa y lo arrojé al mar
y se hizo una zanja profunda,
la arena de la orilla
devoró peces
todo eso adelante de mis ojos
sin distancia.
ya no tengo culpa ni compasión
¿está bien? ¿hice bien decirlo
mamá?
sucede un milagro
mi corazón es una piedra plena
no se puede abrir no se le va a salir
el agua nunca


Martín Rodríguez, Agua negra.*









Poema 6

entre el cuerpo y el asfalto, agua
que va deshaciendo
un barco de papel escapa
se pierde por la zanja
pero mi suela nunca
se desgrana y voy
cargando la memoria
de la carne fría
toda en la boca llevo una piedra
atragantada es el diluvio
que no fue
más que llovizna
en los bolsillos, un corazón
diminuto
como los ojos de un cachorro

quiero regresar
a la sangre en el cantero
o la claraboya, que salgas a regar
las raíces de este cuerpo
crecen
crecen y es el mismo
que antes caminaba hacia una casa
donde ahora vive otra familia


Damián Lamanna Guiñazú, Propiedad horizontal.*









Piedras

Había piedras
grandes y bestias
en un camino
en la montaña
las piedras son tan duras
que no necesitan piel
aunque el agua les imprime
una piel suave
y el viento
cierta piel de gallina
a la sombra son frías
y son calientes al sol
hay una con forma de zapato
o de cabeza de perro
y otra con forma de sapo
que es una de las formas más comunes
entre las piedras
un árbol creció sobre una piedra
se adhirió a ella
tomó su exacta forma
la raíz no podía penetrar
como en la tierra
era un árbol que vivía de la lluvia
o del aire
o del amor a su piedra.


Roberta Iannamico, Muchos poemas.









Persistencia y error

No era la causa
la sostenida ingenuidad.
Un aire salobre alteraba los sentidos 
y nos daba
una visión imperfecta del mundo.
No pudimos moldear
aquello que la realidad no entregaba
sin embargo
estabamos en aquel camino
y la duda, la vacilación
los senderos abiertos
no eran cuestiones disponibles. El solo mencionarlos
atraía todas las condenas
e invocaba la muerte por vergüenza.
Pero no la ingenuidad
si no la obcecada creencia
de que la piedra finalmente se horada
si la gota no deja de caer
Lo que probablemente no vimos
fue la resistencia de la piedra
el temblor de la gota
su ineficacia en términos de tiempo
Y sobre todo olvidar
que la fuente de la que la gota nace
no es inagotable.


Alejandro Mendez Casariego, Vivir con eso (inédito).



* Colaboración de Melisa Papillo.




































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