domingo, 5 de febrero de 2017
Vientos patagónicos
El viento
El viento de mi valle
remueve los momentos;
su pardo torbellino
girando por el pueblo
reseca la garganta,
azota los cabellos,
y ciega y enmudece
los labios pasajeros.
¡Oh viento, viento largo!
–Sacúdeme por dentro;
dispersa mis antiguas
memorias y recuerdos;
arrastra los temores
porfiados como el tiempo
y deja entre mis manos
la calma del desierto.
¿Oh viento, viento mío!
–Sentirse como el eco
de todas las palabras
que nunca se dijeron;
saberse como el ansia
de llama de los leños,
oh viento, es más oscuro
que tu furor reseco;
oh viento, es más terrible
que abandonar el sueño.
El viento de mi valle,
monótono y eterno,
alisa entre sus palmas
los rostros del silencio.
¡Volverse como duna
rosada entre sus dedos,
y estarse, sin paciencia,
mirando y comprendiendo!
¡Oh viento, yo quisiera
latir desde tu aliento!
Irma Cuña, Neuquina, Bahía Blanca, Pampa-Mar, 1956; Pasajera del viento. Antología poética, pról. y selecc. de Irene Gruss, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2013.
Ana Paula Daumal
Cerro Chaltén, Santa Cruz, 15 de enero de 1992
Las condiciones del pájaro solitario son cinco.
La primera, que se va a lo más alto;
La segunda, que no sufre compañía
aunque sea de su naturaleza;
La tercera, que pone el pico al aire;
La cuarta, que no tiene determinado color;
La quinta, que canta suavemente.
San Juan de la Cruz, Dichos de luz y amor.
A mil trescientos metros de altura
Ana Paula Daumal cuelga apenas
de las cuerdas del viento.
Entre violines de espanto trepa Ana Paula,
los dedos de musgo
entrando en la pared sur del Chaltén.
Sursum corda
se repite Ana Paula
y el viento dice que no, dice que no.
Con el corazón no alcanza, dice Ana Paula
y clava los ojos en las grietas
y a la mirada le crecen músculos
jadeos, sudor de luz.
Allá abajo duermen todavía,
como en un nido de nieve,
tres italianos y un español.
Uno de ellos
–no sabe cuál–
le ha entrado en el cuerpo
hace apenas dos horas.
En los muslos siente todavía
los rastros de calor de esas manos tan desconocidas
y tan necesarias.
Al fin y al cabo todos los hombres son iguales
se ríe Ana Paula
(pero el viento dice que no, dice que no)
Vení conmigo, vení conmigo
había gemido Ana Paula
debajo de los estertores del hombre
que se vaciaba en ella.
Pero él ya se había dormido
sobre pequeña hoguera o pecho de mujer.
Qué raro, pensó Ana Paula,
los hombres vacíos pesan más,
el deseo los hace livianos por un rato,
pero después caen a plomo y se duermen
o se mueren.
Ana Paula empujó con piernas y brazos
buscando el desahogo
y comenzó a vestirse con lentitud de novia
y de caballero medieval.
La montaña es un dragón de hielo
todavía dormido.
Ana Paula se disculpa cada vez
que clava acero en el lomo de hierro:
No te despiertes, susurra Ana Paula
sólo soy yo
sólo soy yo
tu Ana Paula Daumal
trayéndote el fuego.
Prometeo desencadenado
en camino de regreso
arde Ana Paula Daumal:
confunde cóndor con buitre
instante con llanura
cima con eternidad
arde Ana Paula
se quema en el alto puente
donde el deseo de vivir
es como el deseo de morir.
No me vas a matar dos veces
dice Ana Paula
y hunde en la nieve dura
todos los clavos
todas las cruces
–sobre todo una–
del cementerio andino
de allá abajo
en otra montaña
que es y no es la misma
que la mató la primera vez.
Al fin y al cabo
todas las montañas son iguales
jadea Ana Paula
y el viento dice que sí
y el viento dice que no
pero Ana Paula
ya no escucha,
los pies envueltos
en una nube de luz
que se ha encendido de repente:
entre nubes negras
ha venido el sol.
Ana Paula ya no escucha el viento
ni las voces terrestres
que gritan
que no
que vuelva
que ya viene la tormenta.
Los ojos también necesitan respirar
piensa Ana Paula
mientras aprieta fuertemente los párpados
la mirada ahogada en la nube luminosa
que la encierra y la algodona,
diamante de carne endurecida
por la voluntad
y el cardumen que el dolor
soltó por sus músculos
como andanada de flechas de plata.
Pero el viento perro
perro fiel
muerde la nube allá arriba y la desgarra
y Ana Paula ve la cima
al alcance de los dedos
y más allá un pozo de cielo
y Ana Paula siente que cae en ese agujero
que no puede más de azul
y sin darse cuenta llega
y siente que la montaña la sostiene
y la levanta
antorcha pagana
sobre las oscuridades del mundo.
Ana Paula sabe que es hora de bajar.
Saca la foto del hombre muerto
y la deja en un pequeño altar de roca y nieve.
Ahora te voy a prestar mis ojos, dice,
para que veas lo que no pudiste ver.
Y Ana Paula mira
y en la mirada hay el doble de brillo
y hay un deseo doble.
Hay silencio alrededor:
la tormenta se ha quedado inmóvil
como un gato antes del salto final.
La mirada de Ana Paula
le pesa
y le dobla las piernas
y Ana Paula aprende,
mientras cae de rodillas,
no se puede sostener a la vez
la propia mirada
y la mirada de los muertos
(porque los muertos siempre piden más)
En la belleza camino
con la belleza ante mí camino
con la belleza detrás de mí camino
con la belleza encima y alrededor de mí camino
todo termina en belleza
todo termina en belleza (1)
Ana Paula Daumal apenas alcanza
a escuchar esa otra voz dentro de su voz
mientras canta suavemente
y se duerme.
(1) Yeibichai (El Camino de la noche), cántico navajo.
Bruno Di Benedetto, Crónicas de muertes dudosas, Ediciones en Danza, Buenos Aires, 2011.
Hoy el viento es solo ruido afuera,
cosas que crujen y silban
a grito partido.
Entonces todo es resistencia:
el clavo aferrado a la madera
deteniendo la chapa
y vos que me pedís
que te abrace.
Jorge Maldonado, La mitad del mundo, Secretaría de Cultura de la Provincia del Chubut, 2012.
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