sábado, 31 de diciembre de 2016

Ítacas


Kokoro - Gami. Ítaca (Kirigami).



Ítaca

Cuando emprendas tu viaje a Itaca 
pide que el camino sea largo, 
lleno de aventuras, lleno de experiencias. 
No temas a los lestrigones ni a los cíclopes 
ni al colérico Poseidón, 
seres tales jamás hallarás en tu camino, 
si tu pensar es elevado, si selecta 
es la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo. 
Ni a los lestrigones ni a los cíclopes 
ni al salvaje Poseidón encontrarás, 
si no los llevas dentro de tu alma, 
si no los yergue tu alma ante ti.

Pide que el camino sea largo. 
Que muchas sean las mañanas de verano 
en que llegues –¡con qué placer y alegría!– 
a puertos nunca vistos antes. 
Detente en los emporios de Fenicia 
y hazte con hermosas mercancías, 
nácar y coral, ámbar y ébano 
y toda suerte de perfumes sensuales, 
cuantos más abundantes perfumes sensuales puedas. 
Ve a muchas ciudades egipcias 
a aprender, a aprender de sus sabios.

Ten siempre a Itaca en tu mente. 
Llegar allí es tu destino. 
Mas no apresures nunca el viaje. 
Mejor que dure muchos años 
y atracar, viejo ya, en la isla, 
enriquecido de cuanto ganaste en el camino 
sin aguantar a que Itaca te enriquezca.

Itaca te brindó tan hermoso viaje. 
Sin ella no habrías emprendido el camino. 
Pero no tiene ya nada que darte.

Aunque la halles pobre, Itaca no te ha engañado. 
Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia, 
entenderás ya qué significan las Itacas.

Constantino Kavafis, versión de Pedro Bádenas de la Peña.






ítaca

                              Ten siempre a Ítaca en tu memoria 
                                            llegar a ella es tu destino...
                                                 Constantino Kavafis


cuando vuelves a ítaca no vuelves a ítaca exactamente 
porque ella no es la misma ni tú eres el de entonces. 
cuando en sueños entras en la casa de la infancia y tu 
madre es esa mujer muy alta de espaldas en la luz, no 
vuelves a ningún sitio de esta tierra, sólo son reflejos, 
lumbres de una isla que navega y te busca a la deriva; 
ítaca entrando en sueños pregunta por tu nombre.

hay noches en que esa isla recala en otros sueños. entra 
en bares o en oscuras estaciones donde se emborracha 
de murmullos, de otras voces, pero jamás deja de so-
ñarte. a veces ítaca encalla en mares aún ignorados por 
nosotros y entonces tienes sueños equívocos y errantes.

a veces ves en sueños el rostro de tu hijo y lo confundes 
con esa foto de tu abuelo: niño en blanco y negro que 
sonríe un mediodía de luz allá en las islas abandona-
das por el hambre. es sólo la imagen de tu abuelo o de 
tu hijo un día desconocido y olvidado para el mundo, 
menos para ti, que sabes que aunque olvidado en un 
cajón, hay otro instante de tu existencia más remota y 
luminosa. 

te despiertas sobresaltado algunas veces. te sientas en 
la cama y ves o hueles el perfume de esa mujer que 
duerme a tu lado con una respiración tan suave como 
el tacto. sientes que tal vez ella es como esa isla: sus 
sueños no te pertenecen. un oscuro bosque de silencio 
se alza tras los párpados cerrados.

te levantas, vas al día. hay voces de gentes que se agi-
tan, trabajas la tierra de otros, no tu tierra. pides que 
no te pisen caminas por la cuerda, caras de clown en 
los semáforos. bailas entras al almacén sin brújula na-
vegas en un cyber. mandas mensajes a telémaco, le di-
ces que arde troya todavía y que anoche, justamente, 
te soñaste con una tripulación encantada cayendo en 
la garganta de caribdis.

al final del día aún buscas algo en estas calles?
el atardecer mancha todo el horizonte y en cierta nube 
crees adivinar alguna de sus formas. 

por un instante estás a punto de recordarlo todo para 
siempre pero las costas de esa isla ya son otras. sustan-
cia desvanecida en la memoria. 

algunas noches sientes, sin embargo, que algo vuelve 
y navega en tu cabeza
la imagen morada del ciruelo florecido tras la escar-
cha.

siempre regresas al patio de la infancia a calmar los 
ladridos de ese perro.

Jorge Spíndola, Perro lamiento luna y otros poemas. Antología personal, Ediciones del Jinete Insomne, Buenos Aires, 2013.






Regreso a Ítaca

1.
Todos sabemos que no volveremos a Ítaca, pero nadie lo dice.
Remamos en silencio, en silencio miramos el viento en velas
o apenas con una muda melodía entre los dientes metemos
          mano en el motor de popa.
Sin ilusiones, con ahínco.
Nadie vuelve a Ítaca, nadie se consuela de eso, y sin embargo 
          apretamos el paso
cuando regresamos. Y esos pasos también nos alejan de nuestro
          destino, si lo tenemos.
Hacemos conferencias, debatimos, hemos escrito libros sobre
         Ítaca, pero ella
no puede sernos más esquiva, más desconocida.
Fruncimos el ceño recordándola, tan ingrata, tan extraña
         a nosotros, pero nosotros
suspiramos por ella, la que tal vez nos ignore.
Es curioso que reconozcamos las piedras del camino,
         cuando lucen nuevas,
o la luz del hogar, cuando lo perdimos.
Más extraño aún que nos reconozcamos al abrir la puerta
y alguien más extraño aún nos reciba
con una sonrisa que llevamos puesta.
Nunca salimos de Ítaca, nos decimos.


2.
Nunca salimos de Ítaca, nos decimos a coro, desdichados,
cuando en verdad la dejamos atrás y para siempre.
Para siempre volvemos, cada vez, y volvemos a partir.
Y cada vuelta nuestra es a una ciudad distinta,
pero no lo sabemos
porque somos distintos.
Las luces nos desorientan, nos guían al peligro, nos quitan
el futuro que no sea este engaño.
Las canciones nos traen la nostalgia
de lo que no tuvimos,
y no las escuchamos cuando fue preciso,
el día en que nuestros labios las dijeron.
Así los días pasan en línea recta
mientras nuestros pasos van en redondo,
ahondándose en la huella que creímos haber hecho ayer,
y es de mañana.


3. 
No te inquietan las sombras de la ciudad, ni el blanco de sus muros,
ni el musgo entre las piedras del pavimento. No te abruma el sol,
ni el polvo de sus caminos o el viento que a veces bate
los árboles junto al río.
No te molestan sus templos, ni sus dioses, ni sus habitantes
altos o menudos.
Sueñas una desgracia, sueñas algo que no puede suceder,
          y te despiertas sin saber
si sucedió ni
dónde está tu ciudad.
Te preguntas por ella como si estuviera ausente,
como si fuera ella un caminante, alguien que erra
por los campos
levantando polvo.
Te paras en un cruce de caminos y observas con atención.
Según lo que esperas de aquello que no ves,
guías tus pasos.
Nada puedes prever, y nada esperas.
Ítaca no volverá, estás seguro,
y te alejas otra vez
llevándote contigo una ciudad llamada Ítaca.

Miguel Gaya, Cabeza de artista, Ediciones en Danza, Buenos Aires, 2016.














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