sábado, 10 de noviembre de 2018

NADADORAS




                                                              


















Estilos

1
En la pileta, el agua
es permanente, desliga
las cosas de su aparente
consistencia. El cuerpo,
a flote, es pura ciencia
impredecible de la mente:
una vez me deslizo, otra vez
me debato y más tarde
compruebo: cuánta espuma
en movimiento innecesario.


2
Sumergida, soy la tierra.
El cuello, como vástago
incipiente, tiende hacia
la luz su ojo incierto.
Cabeza de ahogada
antes de dar con la forma
del aire en el agua.


3
La otra es joven y ligera.
Yo caigo a la piscina
con la pesadez de una certeza:
a su lado soy más vieja.
Turbulencias en el agua
al dar brazadas
como quien quiere aferrarse
de una idea renacentista:
llegar al fondo y salir
con el agua barrenando.
La otra, ligera, me inspira.


Liliana García Carril, La mujer de al lado, Bajo la luna, 2004.









                                           A María Inés Mato



Camina por el borde
contempla
el impecable espejo


Dice la nadadora:
no hay 
como sumergir el cuerpo
en la superficie azul


En un punto preciso
se detiene y calcula la distancia


respira profundo


alza los brazos


Es corto el movimiento
las piernas se flexionan
y empujan el cemento


el resto cae al agua
por su propio peso


Marta Miranda, La nadadora, Bajo la luna, 2008.







Parecía insostenible tanta natación
las cabezas de silicona
los brazos sincronizados la respiración justa
el cloro hiere
parecía especial que nadara preciso
alguien dijo lo que importaba
no tenía que hundirme pero me hundí
una pulserita perdida
siempre me gustaron las misiones imposibles
alguien
un superior me dijo que me retirara
me fui chorreando agua a buscar mi toalla
la que tenía mi nombre en una tirita blanca
pero agarré la de otro y caminé hasta el vestuario
con los ojos rojos la piel levemente arrugada
no quise saber qué nombre tenía impreso la tirita blanca
qué identidad qué paradero qué trauma me envolvía
verde suave con ese perfume a limpio
no quise saber a quién le había dejado
mi toalla azul
mi discusión con llanto de esta mañana.


Clara Muschietti, Karateka, El fin de la noche, 2009.










Natación

Anoche soñé
que nadaba con mi padre
en una pileta olímpica

Lo veía bracear
de remo brazos que tenía.
Lo veía patalear
con sus paletas de fierro.
Nadaba a su lado 
como si aprendiera de él 
la respiración acompasada,
la salpicadura
la fuerza.
(crol combinado con técnica área para mantener la flotabilidad)
(crol combinado con técnica subacuática para sostener el empuje)

Para mí, era johnny weissmuller,
el buen salvaje
campeón de natación.

Anoche soñé 
que luego de andar dos largos junto a él
mi padre moría.
Dos piscinas en apnea,
su cuerpo pesado hundiéndose como un plomo.

Yo lo arrancaba del agua
lo masajeaba con fuerza
y lo arropaba
con mi abrazo de mineral y frío.

Luego, caí al agua
a nadar sola.

¿Cuántas veces tienen que morir
nuestros héroes
para entender  
que ya no nadan/
no dan más?


Marisa Do Brito Barrote, 2010, de su blog.








María Inés Mato nadó las aguas
más frías del planeta;
cruzó el Beagle, el canal de la Mancha,
un estrecho impensable del mar Báltico.
Sin trofeos, ni estadios
sus travesías parecieron inventadas.
Bordeó el glaciar en paralelo,
en círculo la isla de Manhattan;


aguas que expulsan con su mezcla ácida,
raras aguas que entregan
su cauce de vértigo.
María Inés Mato eligió en lo abierto
mareas de montaña
y volcanes helados,
oleaje turbio del mundo sensible
cenizas, peces, barro.


¿Quién acepta una nadadora sin pie
o ese imposible desequilibrio?
Con una pierna menos y sin prótesis
entrenó como una disidente;
en el verso libre encontró ritmos,
palabras que sostuvieran el calor;
en la falta de gravedad del agua
se llenó de voces;
nadar es hablar con la respiración.


Al mar del sur le habló con la memoria
de las mujeres yámanas,
a bordo de sí, con la corriente
del cuerpo hizo canoa
para llevar el fuego a la otra orilla.
María Inés Mato unió el estrecho
que separa Malvinas. Brazada tras
brazada, de la guerra abre olvidos;
una huella de espuma, un puente blanco,
un rastro en el agua de los vencidos.


¿Quién acepta una nadadora sin pie
que explora las bajas temperaturas,
sin rayas marcadas ni andarivel,
en las olas de su propia ruptura?
Con aire, un mar en contra se horada.
Del agua helada dijo duele muchísimo
pero es una frontera,
un cruce, solo eso.


Sin traje de neoprene
se zambulló en los hielos antárticos,
la gorra de goma de los nadadores
emergió inédita entre los témpanos;
un video muestra el barco guía
y su continuo braceo
bajo el ancho vaivén de una gaviota.
Coordenadas desiertas
que borran cualquier marca.


Proezas hacia adentro
probadas con el pulso.
Si cada persona es su propio mapa,
el suyo traza líneas,
casi imaginarias.
María Inés Mato buscó aguas frías
mares renuentes a la aceptación,
nieve hendida del planeta  ¿o qué
callados, secretos límites cruzó?


Alicia Genovese, Aguas, Ediciones del Dock, 2013.








1
No busques hacer pie,
ahora es otro el arte:
sostenerse y avanzar, así es
ser nadador.


2
No te anticipes,
el sol sigue en la punta
se derrama alrededor.
Quedate ahí, cuerpo
en movimiento.



4
Lo que se deja atrás, lo que aún
no llega, no importa
es otro el tiempo, un estilo que fuerza
la mirada al costado: respirás. 



12
Y claramente, ¿ves?
cielo, agua, la curva
de una brazada.
Ni esa primera nube
ni esa línea partida: un relámpago.


Silvina López Medin, 62 brazadas, Zindo & Gafuri, 2015.









Estuario


Si fuera nadadora desesperada
me lanzaría al agua una noche sin viento
la pleamar golpeando los pontones del muelle
nadaría hacia el canal principal
hasta sentir la profundidad máxima
la succión de la bajante


ahí
me dejaría flotar
los ojos libres de sal para mirar
doblemente mirar
los trazos luminosos
            de la costa en la planicie oscura del agua
                    el balanceo de los puertos
                          el falso perfil de la ciudad detrás


del polo me gustaría la arquitectura de luces
su contorno de animal agazapado
bufando
la ponzoña guardada para la ocasión temida
que no será esa noche
arreciaría el fragor sibilante de tuberías
la unísona respiración de parque temático
canto de chicharra en decibeles que nadie mide
de este lado
dragones escupiendo el fuego
                                        un vapor impuro


al cielo estrellado

en el agua después
nada
solo yo
–mi propia nave frágil–
y la noche sin barcos

la ría solitaria
en la bajante

yo
sin calcular velocidades
ni distancias en millas náuticas
sin guiarme por las estrellas
en las brazadas
o la deriva

qué sentido tendría
la meta nunca es el mar
sino mantener el cuerpo
territorio de pertenencia
en esta orografía anegadiza
de bancos e islas desiertas
y canales desconocidos

en este flujo que entra y sale
sale y entra rítmicamente
en cada depresión hueco
resquicio del cuerpo

suave y pujante
furiosamente pujante
a veces
nadadora desesperada dije
sin ancla ni piedras en los bolsillos

¿qué es este lugar que del mar solo tiene el agua?

la noche se iría en cada brazada
en cada marisma que vuelve a respirar
en el barro cenagoso que succiona
la espuma amarillenta de los cangrejales

nadadora que no busca el mar
apenas un recorrido bautismal
de animal inadaptado


Mónica Ortelli, Escribir sobre flamencos, HD / Vacasagrada, 2017.










































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